Así como España se unificó en torno a la religión católica, expulsando a musulmanes y judíos, la conquista española impuso el catolicismo, sin tolerancia a ningún otro credo religioso, y unificó a los pueblos mesoamericanos asentados en el territorio que conformó a la Nueva España.
En las religiones abrahámicas -judía, cristiana y musulmana- la divinidad creadora es sólo una y es masculina, lo cual colocó a la mujer en un lugar secundario. La cultura religiosa perpetuó a la sociedad patriarcal, en la que la función social de la mujer se limitó a la reproducción.
Durante los 300 años de vida colonial el marianismo, o imitación de la Virgen María, fue el modelo a seguir para las mujeres. Para ellas no había término medio, su conducta sólo podía fluctuar entre la abnegación y el pecado.
Su vida transcurría en el ámbito de lo privado. Vivían recluidas en la casa familiar, en las casas de Dios, en las de recogimiento o en las de mancebía. Pocas pudieron romper el cerco y trascender. Sor Juana Inés de la Cruz lo hizo, pero no dejó de sufrir las consecuencias.
El principio de intolerancia religiosa imperó en México desde el siglo xvi hasta el triunfo del liberalismo, en la segunda mitad del siglo xix.